Aunque los importantísimos yacimientos de gas de Siria no parezcan tener hoy el mismo valor que hace 12 años, momento en que se planificó la guerra contra ese país, no es menos cierto que siguen siendo un factor invisible del conflicto. La Comisión Económica de la Coalición de la oposición externa siria se ha dedicado esencialmente a la repartición del gas que se haría entre los aliados después de la caída del Estado sirio. Pero, como ese momento no acaba de llegar, las grandes potencias van a tener que revisar sus apuestas.
Mientras prosigue la guerra en Siria, la prensa dominante, que arremete constantemente contra el Estado sirio, olvida sin embargo de manera recurrente abordar uno de los aspectos más importantes de ese conflicto: su vertiente energética, vinculada fundamentalmente a las reservas de gas [1]. Ese aspecto explica en gran parte el activo respaldo de Rusia, no a la persona de Bachar al-Assad sino al régimen sirio para evitar su caída ya que, provocada por una voluntad externa, esta habría de convertirse en un elemento geopolítico dentro de un dispositivo mucho más amplio y en gran medida directamente enfilado contra la propia Rusia.
Cuando Rusia empieza a levantarse de nuevo, a partir de los años 2000, se convierte en el principal obstáculo al plan destinado a apoderarse del control de las vías energéticas entre Europa y Eurasia a través de los Balcanes, plan que los estrategas estadounidenses habían trazado y comenzado a poner en práctica fundamentalmente con la guerra contra Serbia, en 1999.
Estados Unidos y la Unión Europea tratarán entonces por todos los medios de diversificar el aprovisionamiento de los países europeos para reducir su potencial dependencia de Moscú. Surge así el proyecto del gasoducto Nabucco, hoy prácticamente abandonado, que consistía en garantizar que Europa se alimentara con el gas proveniente de Azerbaiyán y de Turkmenistán, recurso que transitaría a través de Turquía, evitando el territorio de Rusia y bordeando Grecia. Alrededor de ese proyecto existía un ambicioso plan geopolítico estadounidense que consistía en convertir al aliado turco en eje de un «Medio Oriente ampliado», que habría que remodelar previamente, y en centro regional del tránsito energético entre el Medio Oriente y los Balcanes.
Eso explica el deseo de Estados Unidos de ver a Turquía convertida en miembro de la Unión Europea y en garantizar que ese país se mantenga dentro de la órbita estadounidense, lo cual permitiría a Washington controlar indirecta pero firmemente el aprovisionamiento energético de Europa y, sobre todo, impedir una alianza continental energética euro-rusa, considerada contraria a los intereses de Estados Unidos en Eurasia.
Pero el proyecto Nabucco fracasó porque Turkmenistán se volvió hacia China [2] y Azerbaiyán se acercó por su parte al proyecto ruso denominado South Stream [3]. Desarrollado en 2007, el objetivo de South Stream es permitir a Rusia mantener el control del aprovisionamiento a Europa esencialmente a través del Mar Caspio y de Kazajstán (país miembro de la Unión Aduanera), incorporando a la vez a Serbia, cuya importancia para la Unión Europea en el plano energético será en el futuro tan grande como lo es hoy la de Ucrania. Con la diferencia de que se evitará definitivamente el tránsito por Ucrania para impedir que se reproduzcan los incidentes de 2006 y los cortes del aprovisionamiento a Europa.
A raíz de la quiebra de Grecia a causa de la crisis financiera, Rusia está gestionando la compra del consorcio griego del gas a través de Gazprom. Las negociaciones en ese sentido están detenidas desde que el Departamento de Estado de Estados Unidos emitió simplemente una advertencia a Atenas contra toda cooperación con Moscú en el sector de la energía y se pronunció contra la venta a Gazprom indicando que ello «permitiría a Moscú reforzar su dominación sobre el mercado energético de la región». A pesar de todo, South Stream incluye una conexión hacia Grecia, lo cual convierte ese proyecto en una especie de puente energético ortodoxo hacia Europa.
La posición de Ankara es actualmente bastante ambigua. Fuertemente vinculada a Rusia en el plano energético a través de Blue Stream, Ankara también aceptó que se estableciese una conexión entre Blue Stream y South Stream. Turquía, que es la segunda potencia de la OTAN, se declaró además candidata a unirse a la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS, la alianza política encabezada por China y Rusia), con la que firmó en 2013 una asociación de diálogo con vista a su posterior adhesión. ¿Será ese el inicio de un profundo cambio de dicha alianza?
Siria, actualmente enfrascada en una guerra civil interconfesional entre chiitas y sunnitas, está directamente implicada en dos proyectos de gasoductos vinculados a los ya mencionados proyectos Nabucco y South Stream.
En 2009, Irán, Irak y Siria –siendo los dos primeros países con gobiernos musulmanes chiitas y el tercero con un gobierno laico [4]– emprendieron un proyecto llamado Friendship Pipeline. Este gasoducto transportaría hasta el Mediterráneo el gas iraní destinado a Europa, pero sin pasar por el territorio turco. Ese proyecto, que permitiría a Irán vender su gas a Europa, incluye una extensión hacia el Líbano y, según Roland Lombardi, debía terminar conectándose con el proyecto ruso South Stream. Hay que recordar que Irán, destinado inicialmente a ser el proveedor fundamental de Nabucco, fue rápidamente excluido de este último por razones políticas, sobre todo desde que el derrocamiento de su régimen es visto como una opción cada vez más improbable, ya sea por la fuerza o a través de métodos menos violentos, como el intento de revolución de color iniciado en 2009.
Precisamente en 2009 apareció un proyecto de varios países sunnitas que hubiese podido contar con el aval del Pentágono. El gas qatarí sería enviado a Europa a través de un gasoducto que partiría de Qatar, atravesaría Arabia Saudita y posteriormente Siria hasta llegar a Turquía. Ese proyecto resucitaría el Nabucco, respaldado por turcos y estadounidenses pero abandonado por el momento debido a la ausencia de proveedores confiables. Es evidente que ese proyecto de Qatar es irrealizable sin el derrocamiento de la administración de Bachar al-Assad y sin su reemplazo por un gobierno dócil, lo cual explica las razones que han llevado a cierto número de países a implicarse activamente en el respaldo a la oposición siria [5].
Como puede verse el punto sobre el cual se focaliza toda esta competencia entre los productores de gas es la Unión Europea, enorme y solvente mercado cuyo consumo de gas debe seguir creciendo a pesar de la crisis.
Más que nunca, los acontecimientos tendrán que producirse en el Mediterráneo, donde nuevos actores están a punto de aparecer en el mercado [6]. Israel y Chipre han descubierto reservas muy importantes de gas en las aguas de sus zonas económicas exclusivas y deben convertirse a mediano plazo en importantes exportadores. Y es posible que los descubrimientos de yacimientos de gas en la cuenca del Mediterráneo oriental estén solamente comenzando porque el Líbano y Siria al parecer disponen también de importantes reservas.
Para la exportación de esos nuevos recursos existen dos soluciones que ya están enfrentándose y en las que se entremezclan comercio y geopolítica. Estados Unidos es partidario de una red de gasoductos que alimentarían Europa a través de Turquía y ya se han iniciado las presiones sobre Israel. Por su parte, los rusos preferirían que el gas, previamente licuado, fuese transportado por barco con destino al Asia industrial.
La gran partida de este ajedrez energético parece estar acelerándose. Se enfrentan en ella varios proyectos energéticos y civilizacionales que reflejan claramente las ambiciones políticas y estratégicas de bloques políticos entre los cuales la guerra por las fuentes de energía está intensificándose.