Siguen deteriorándose las relaciones entre Rusia y Estados Unidos, proceso que incluso parece haberse acelerado en las últimas semanas. En primer lugar aparece el conflicto sirio, cada vez más similar a una guerra indirecta entre los dos países.
Así que la ilusión de una «nueva “entente”» ruso-estadounidense no ha durado mucho. La más reciente cumbre del G8 estuvo marcada por la fractura siria, que ilustró claramente la oposición entre Rusia y las demás potencias del grupo, encabezadas por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. El presidente ruso Vladimir Putin recordó claramente durante toda la conferencia que «no es el pueblo sirio sino comandos bien entrenados y armados, incluso desde el extranjero (…) por organizaciones terroristas, quienes están luchando contra al-Assad».
Como entre Europa y Qatar ya no hay más que un paso, nada tiene de sorprendente que los «Amigos de Siria» hayan decidido hace poco apoyar más activamente aún a la oposición siria, optando por una solución cada vez más militarizada. Paradójicamente, fue John Kerry quien hizo la declaración más dura que se haya oído hacia Rusia, acusándola de ser el principal responsable de la continuación del conflicto en Siria, declaración que sin dudas traduce la interrupción de la luna de miel ruso-estadounidense, por algún tiempo.
En su reunión de Doha, el club de «Amigos de Siria» finalmente emitió un documento que subrayaba que al término de las negociaciones de paz Bachar al-Assad no tendría ningún papel en la transición en Siria y, sobre todo, que las entregas de armas a la oposición únicamente dependerán en lo adelante de la voluntad de cada país. Rusia, que desea que se organice la conferencia Ginebra 2 para encontrar una solución política al conflicto, se encuentra ahora ante una coalición mucho más unida y decidida conformada por Occidente, Turquía y las potencias sunnitas del Golfo. La cuestión de que Bachar al-Assad se mantenga en el poder y la decisión sobre la participación de Irán (a pesar de que su nuevo presidente es un reformador) en la conferencia de paz son los dos principales puntos de desacuerdo entre Rusia y la coalición occidentalo-sunnita que se ha creado alrededor del tema.
Rusia acaba, por lo tanto, de exhortar a Estados Unidos a clarificar su posición, o sea a escoger entre la solución política de Ginebra 2 y la solución del respaldo militar a una «oposición» que ha decidido continuar la guerra para derrocar el gobierno sirio a cualquier precio.
Pero no es Siria el único motivo de tensión diplomática. El lunes 24 de junio de 2013, Estados Unidos simple y llanamente amenazó a Rusia, y también a China, con «consecuencias» para sus relaciones bilaterales con ambos países por la participación de estos últimos en la exfiltración de Edward Snowden, el ex consultor de la CIA que reveló recientemente la existencia del programa [estadounidense de espionaje de las comunicaciones internacionales] PRISM. Estados Unidos acusa a Edward Snowden de divulgación ilegal de información vinculada a la seguridad nacional y de robo premeditado de información secreta. Snowden viajó de Hong Kong, donde había permanecido estos últimos días, a Moscú en un vuelo regular de Aeroflot, para partir posteriormente con destino desconocido.
Curiosamente, estas amenazas estadounidenses se producen precisamente en momentos en que Rusia y China acaban de firmar un enorme contrato petrolero válido por 25 años y por un monto de 270 000 millones de dólares. El acuerdo se firmó entre CNPC y Rosneft, sociedad rusa que dirige Igor Setchin, cercano colaborador de Putin. Rosneft se sitúa así en posición de líder de la rama petrolera en el marco de la cooperación energética entre Rusia y China.
Esta colaboración ruso-china forma parte de una amplia política de diversificación de las ventas energéticas en las que Rusia juega principalmente la carta asiática, con intenciones de equilibrar su gran dependencia actual de las ventas a una Europa en crisis.
Esa asociación petrolera con China, acordada en un momento en que las conversaciones ruso-chinas en materia de cooperación energética parecían estancadas desde hace mucho, es un indicio más de la decisión rusa de abrirse una «ventana al Asia», que sería una especie de complemento histórico de la «ventana a Europa» abierta ya desde el siglo XVIII, simbolizada por la construcción de la suntuosa «Venecia del norte», San Petersburgo.